sábado, 11 de diciembre de 2010

Para todo lo demás...Mastercard

Una se levanta el sábado por la mañana y, sabiendo que le espera una tarde sentada 5 horas en una mesa de la facultad, te preparas para ello: vas a la farmacia y gastas 1,5 euros en unos tapones, y después a la panadería a por 0,85 en chuches...todas las cosas que puedes comprar con dinero para hacerte más llevadero el simulacro. Pero hay algo que no puedes pagar para ir contenta a hacerlo, y es saber que hay vida después de esas 5 horas, y que esa vida consiste en reencontrarte con tus amigas después de mucho tiempo sin hablar con ellas; es esa sensación de que alguien te espera cuando salgas para compartir su vida contigo.
Así uno puede quedar y contar historietas pasadas (1 poco como abuelillas contando historias de cuando íbamos al colegio), puede pedir consejo sobre qué hacer sobre el futuro (y las demás aconsejar intentando no ser egoístas...¡sería tan fácil pedirle al otro que no se vaya de nuestro lado cuando quiere irse a vivir a otro sitio!), compartir reglas nemotécnicas o hacer algún comentario desafortunado sin querer... Esas horas con las amigas se pasan tan rápido que hasta te sorprendes cuando alguien saca el monedero para pagar, y entonces te das cuenta de que llevas 3 horas sentada hablando ¡y seguirías muchas más! Saber que hay un mundo más allá del simulacro y que te haya salido éste bien o mal, te están esperando para compartir lo que quiera que vaya a ser de tu vida contigo, no tiene precio. Para todo lo demás, Mastercard.
Sí.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El efecto Wolff-Chaikoff

No es del todo cierto que los estudiantes de medicina sean irremediablemente incultos respecto al resto de materias y acontecimientos que ocurren en los márgenes del Harrison; es más bien una cuestión de imposibilidad temporal. Además, cuando tantas personas han perdido sus vacaciones este puente, no queda muy bien decir que los controladores aéreos se han solidarizado con los pobres estudiantes del MIR, cuyo único viaje programado era el que va desde la cama hasta la mesa y viceversa. 

Por todo esto, y porque creo que el tiroides merece un reconocimiento, hoy no voy a hablar de nada de interés nacional (aunque nunca se sabe).

Volvamos pues al tiroides, esa glándula con forma de pajarita o mariposa (con una especie de cuerno) que tenemos en el cuello. Esa gran desconocida por el pueblo responsable de que la sal del supermercado sea "yodada".

Si el enamoramiento es como una enfermedad mental, estoy convencida de que el tiroides está detrás. Nerviosismo, labilidad emocional, taquicardia, pérdida de peso, e incluso esos ojos de loca que se le ponen a las "hipertiroideas" apuntan en este sentido. Y cuando llega el desamor o el "hipotiroidismo" se acompaña de depresión, frío, cansancio, pérdida de apetito, aumento de peso, e incluso demencia (más bien, sobretodo demencia).

Siempre fue una cuestión de hormonas y de algo más, ese algo más que hace del tiroides un órgano caótico que nunca sabes cómo va a reaccionar. Así, la administración masiva de Yodo (algo similar a beberte un bote de betadine), puede desatar tus hormonas tiroideas y convertirte en un consumidor insaciable de experiencias sentimentales, o por el contrario (mi efecto favorito y que da nombre a esta entrada), sumirte en una especie de shock emocional. "Días de mucho, vísperas de na´".

Por lo tanto, ¡dejad tranquilo al corazón! El corazón es un órgano coherente, mecánico, que obedece a las leyes de la física. Bastante tiene con ocuparse de que llegue sangre a todo el organismo como para tener que preocuparse de estas tonterías. 
No le entregues a alguien tu corazón, dale tu tiroides, que al fin y al cabo se reemplaza con pastillas y está más accesible. 

Hasta aquí la lección de hoy. Espero haya sido tan instructiva como un episodio de "La vida es así" (que ya es mucho), y que por el próximo San Valentín regaleis cajas de bombones con esta forma.


Con cariño.
LA.