Me
encanta este capítulo de persuasión, el juego de comunicación cifrada basada en
gestos y movimientos es fascinante.
Anne Elliot es sin duda uno de
los personajes femeninos más atormentados de Jane Austen. Incapaz de ser la
dueña de su propia vida se queda relegada a un segundo plano viviendo la vida
de otros, por y para ellos, hasta que aparece el intachable y sutilmente
castigador capitán Wentworth. Se pasa gran parte de la novela ignorando y
tratando con indiferencia a la pobre Anne que no sabe dónde meterse al
descubrir que pasados los años el capitán la ha olvidado por completo. Lo que
el lector se plantea en todo momento es ¿y entonces a qué va ahí? ¿por qué
insiste en asistir a los mismos eventos sociales que la pobre chica? ¿es algún
tipo de venganza premeditada?
Pero claro, Jane Austen no nos
presentaría a un capitán amable, honesto, diligente y humilde que por otra
parte guardara tanto rencor en su corazón. Aunque desde mi punto de vista el
rencor no está tan lejos del romanticismo, perdonar y olvidar van de la mano;
el enamorado no es capaz de olvidar, sí de perdonar, el rencoroso ninguna de
ambas.
Dicho esto, el capitán Wenworth
es un poco rencoroso, pero resulta ser poco más que una defensa para ocultar
que tampoco él ha olvidado a Anne. Y la supuesta “venganza” le lleva a
encontrarse compartiendo tiempo y espacio con el jodido amor de su vida (insisto
en que no lo pensó bien). Estaba visto desde el principio que esto iba a pasar y
que iba a reenamorarse de ella.
Y ella, haciendo gala de una
inteligencia superior, juega sus cartas de manera sublime. Se las ingenia para
que Wentworth escuche alto y claro que ella no ha olvidado y que su amor por él
permanecerá, aunque no quede esperanza. El pobre hombre no puede soportarlo más
y le escribe una carta en la que le confiesa sus sentimientos y le
hace la pregunta ¿es posible que no hayas adivinado mis intenciones?
¡A ver
chiquillo! Me juego lo que quieras a que ella sospechaba tus intenciones, más
que nada porque estabas empezando a ponerte muy nervioso, pero de vez en cuando
hacerse la tonta funciona para que te expliquen las cosas alto y claro. El
lenguaje de signos le da emoción al asunto, pero la paciencia no es infinita.
Con cariño
LA